Con su música llena de contrastes y un estilo multifacético, reacio a someterse a los límites que imponen las definiciones estrictas, Alfred Schnittke (1934-1998) es sin duda una de las figuras musicales más interesantes del siglo XX y su obra para piano solo, si bien acotada en su extensión, refleja fielmente esta virtud. Sus Sonatas para piano son con seguridad las piezas más importantes de Schnittke para este instrumento, pero no puedo dejar de mencionar también otras notables obras para piano como su “Preludio y Fuga”, su “Improvisación y Fuga” y especialmente sus “8 Pequeñas Piezas”, escritas para niños y de un gran valor pedagógico.
En esta ocasión me gustaría dar una pequeña muestra de la música para piano de Schnittke a través del primer movimiento de su segunda Sonata. Esta obra ocupó hace algunos años un lugar central dentro de mi repertorio y en el 2016 tuve el honor de tocar el estreno local tanto en Bratislava como en Santiago.
Las tres Sonatas que Schnittke compuso para piano fueron escritas entre 1987 y 1992, perteneciendo por lo tanto a su última etapa creativa. Ésta abarca el período entre su primer (1985) y su quinto (1998) infarto cerebral, siendo este último el causante de su muerte. La segunda de estas sonatas (1990) está dedicada a su esposa, la pianista Irina Schnittke, quien la estrenó en 1991. La componen tres movimientos: Moderato, Lento y Allegro Moderato, recordando a través de esta forma ternaria y otros elementos característicos presentes a lo largo de la obra a las sonatas clásicas y románticas de antaño. Esta pieza es así un ejemplo más de la constante ocupación de Schnittke con formas antiguas.
El primer movimiento está construido sobre un esquema de “forma sonata” y una densa estructura polifónica. De inspiración expresionista, la música comienza presentando el tema que nos acompañará durante todo el movimiento de manera insistente y obstinada, acumulando tensión ininterrumpidamente hasta el explosivo clímax del final. Las dificultades aquí se encuentran principalmente en lograr darle claridad a los elementos temáticos presentes en cada una de las voces, desentrañando las complejas mezclas rítmicas y las disonancias, incluso en aquellas partes donde la separación de las líneas melódicas requiere extender las manos hasta el límite. Otra problemática notable en este movimiento son los precisos y rápidamente cambiantes “clusters” (acordes de notas que se encuentran una al lado de la otra), cuya extensión llega a veces a las 3 octavas, debiendo ser tocados con ambos antebrazos.
Para puristas y obsesivos quizás el mayor desafío es tocar la obra de memoria. Aunque es poco habitual en este tipo de música, creo que es una condición necesaria para lograr absorber toda la profundidad tanto musical como espiritual presente en esta sonata. Es sin duda un trabajo arduo y dificultoso, pero ciertamente merecido para un compositor de la talla de Alfred Schnittke.
Los dejo con mi propia interpretación de esta cautivadora pieza grabada en Austria en noviembre de 2016.
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