Si bien la crisis está lejos de haber terminado, poco a poco la situación con respecto al Covid en Chile ha comenzado a transitar de vuelta a algo más cercano a la normalidad. Siendo el de la cultura uno de los sectores que más afectado se ha visto en esta pandemia, se hace pertinente reflexionar acerca de los pasos a seguir en esta industria para mejor enfrentar la incertidumbre e inseguridades que se avecinan. Un buen punto de partida para estas deliberaciones sería quizás observar lo ocurrido en este respecto en Austria, donde la cultura juega un rol esencial y donde ya desde mediados de mayo comenzó lo que se llamó la vuelta a la “nueva normalidad”.
Austria desde el comienzo de la pandemia se comprometió con una estrategia de confinamiento estricto que, si bien fue efectiva en reducir drásticamente los contagios, no estuvo exenta de críticas. La población sintió rápidamente los efectos del frenazo económico sin presenciar de primera fuente los estragos que estaba dejando el Coronavirus en otros países y las primeras medidas del gobierno para paliar la crisis eran de escasa profundidad y dejaban a mucha gente sin recibir beneficios. Sin embargo el gobierno reaccionó oportunamente y, echando mano a los cuantiosos recursos con los que cuentan los países desarrollados, inyectó capital al fondo de desempleo temporal con el que los empleados podían seguir recibiendo gran parte de su sueldo incluso si su lugar de trabajo había dejado de operar debido a las medidas sanitarias y creó un “fondo de casos extremos” al que podían postular los trabajadores independientes y los emprendedores para seguir recibiendo ingresos mensuales por hasta 2.000 euros por un total de 6 meses.
Todas estas medidas no fueron bien recibidas por el sector cultural, el cual había sido el primero en ver interrumpidas sus actividades y que veía con impaciencia como el resto de las industrias recibían poco a poco el beneplácito para retomar sus funciones sin que se vislumbrara siquiera un plan para reabrir la escena artística. Por otro lado, muchas de las medidas económicas del gobierno no tomaban en cuenta las realidades del trabajador cultural, que terminaba desprotegido y frustrado, y un fondo especialmente establecido para ayudar a los artistas excluidos del resto de las ayudas gubernamentales se demoró meses en entregar las pequeñas primeras ayudas de emergencia. Toda esta indignación explotó cuando la Secretaria de Cultura de Austria Ulrike Lunacek, una experimentada política más bien alejada del sector artístico y por ese entonces la máxima autoridad cultural del gobierno, en una esperada conferencia de prensa a mediados de abril fue incapaz de ofrecer alguna perspectiva futura y de manera condescendiente le pidió a los artistas que tuvieran paciencia y que se contentaran con seguir haciendo espectáculos desde sus balcones. Este impasse le terminó a las pocas semanas costando su cabeza política, dando paso a la asunción en el cargo de Andrea Mayer, una hábil burócrata del mundo cultural con una larga y reconocida trayectoria. Mayer se encargó rápidamente de establecer un plan de retorno de los espectáculos culturales, estableciendo un calendario, listas de medidas sanitarias y repartición de responsabilidades. Conjuntamente se preocupó de lograr que las medidas de ayuda económica lograran incluir a aquellos artistas que por distintas razones no habían podido acceder a los beneficios. De esta manera los distintos actores culturales estuvieron capacitados para empezar a retomar sus actividades, encontrando ingeniosas maneras de llevar la cultura a la gente cumpliendo al mismo tiempo las medidas sanitarias y adaptando su presupuestos adecuadamente.
Es aquí donde Chile puede tomar nota. Lamentablemente muy pocos países cuentan con los recursos de Austria para ofrecer las ayudas económicas que acá se obtuvieron, pero, más allá de eso, dos fueron los elementos claves que han dado un éxito relativo a la gestión cultural del gobierno austríaco: el ofrecimiento de certezas a largo plazo y la comprensión de las particularidades del quehacer artístico. Los artistas son por naturaleza innovadores y, sabiendo a qué atenerse, van a lograr lo imposible por llevar sus creaciones al público, pero necesitan esa certidumbre que entrega un plan claro que conoce los complejos procesos que ocurren tras bambalinas. El paulatino desconfinamiento no debe olvidar a los actores culturales que ya de por sí viven en una situación de gran precariedad y que han debido soportar los efectos de la pandemia de manera quizás más dura y más prolongada que casi todos los otros sectores. La vuelta a la normalidad será junto a la cultura o no será.
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